El primer “camión de basura espacial” será suizo

Ya es oficial. El contrato está firmado. La Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés) por primera vez ha asignado 86 millones de euros a una empresa emergente (start-up). Y es suiza. Su cometido será limpiar la basura en órbita. Algo que para las misiones espaciales se está convirtiendo en un verdadero peligro. La cita es en 2025.

10 de febrero de 2009, 16:56 GMT: el satélite comercial estadounidense Iridium 33 impacta contra el satélite militar ruso Cosmos 2251 a una velocidad de casi 42 000 km por hora. Ambos objetos se desintegran en más de 600 piezas de chatarra disparadas a una velocidad veinte veces mayor a la de una bala de fusil.

Es el primer accidente de este tipo registrado, pero no el único. Algunos, incluso, son deliberados: rusos, estadounidenses, chinos e indios han destruido uno o más de sus satélites para probar misiles espaciales. Y estas explosiones han creado miles de desechos adicionales, que pueden poner en peligro cualquier nave espacial en órbita. Incluso la Estación Espacial Internacional. Esto es lo que imaginó Alfonso Cuarón y se ve al comienzo de su película Gravity. Totalmente realista.

En 2009, Muriel Richard-Noca y sus alumnos de la Escuela Politécnica Federal de Lausana (EPFL) celebran el lanzamiento de SwissCube, que han construido juntos. A pesar de que el primer (mini) satélite de fabricación 100% suiza no es más grande que un cartón de leche, la ingeniera espacial ya piensa en el momento en el que el propio satélite se convierta en basura en órbita. Y es que SwissCube está en órbita cerca de la zona en la que siguen vagando los fragmentos de la colisión ocurrida unos meses antes.

En 2012, a fuerza de recibir alertas de seguridad de SwissCube, Muriel Richard-Noca y el Centro Espacial de la EPFL lanzan el proyecto “limpiador del espacio”, que bautizan como CleanSpace. Al mismo tiempo, y sin que ambas mujeres se coordinen, Luisa Innocenti, física de la ESA, convence a la agencia europea para que lance un programa, que también bautizan como CleanSpace. Así comienza la historia.

Al menos tres estrenos mundiales

Ocho años más tarde, la iniciativa de la EPFL se convierte en una empresa emergente denominada ClearSpace. Y como se anunció en otoño de 2019, para hacer el trabajo, la ESA la eligió de entre 13 candidatos (incluyendo varios gigantes industriales europeos). Así que su plantilla ha pasado de cinco a veinte personas.

En este caso todo es nuevo: en el campo de la limpieza del espacio, ningún proyecto en el mundo está tan avanzado. Es la primera vez que la ESA compra un contrato de servicios de principio a fin en vez de ser ella quien lleve a cabo la misión. Es más, es la primera vez que una agencia espacial se compromete con una empresa de nueva creación por semejante cantidad de dinero. La ESA aportará 86 millones de euros (93 millones de francos), y ClearSpace deberá encontrar los 24 millones de euros restantes (26 millones de francos) necesarios para completar el presupuesto.

Pero, como se ha recordado en las ruedas de prensa en línea de finales de noviembre, la start-up es mucho más que eso. ClearSpace ha aprovechado el último año para reunir a un consorcio que agrupa institutos e industrias de ocho países europeos, incluyendo gigantes como Airbus o la suiza RUAG (que, entre otras cosas, construye los adaptadores de los cohetes Ariane). Aunque el satélite ClearSpace-1 todavía solo existe sobre el papel, su construcción está en buenas manos. Y, antes de que se pague cada cuota de su financiación, la ESA llevará a cabo los controles necesarios.

Misión de alto riesgo

ClearSpace-1 debe despegar en 2025 sobre un cohete europeo Vega. Su misión es capturar un residuo espacial y colocarse con él en una órbita de reentrada en la atmósfera, cuya fricción hará que todo arda en una lluvia de estrellas fugaces.

El objetivo elegido es un VESPA. Nada que ver con el escúter italiano, aunque no es mucho más grande ni más pesado (112 kilos). El Vega Secondary Payload Adapter [Adaptador de carga secundaria Vega] es un pequeño cono metálico que se utiliza para separar los satélites unos de otros cuando un mismo cohete transporta varios. Fue lanzado en 2013 por un cohete Vega en una órbita baja a 800 kilómetros de la Tierra.

Solo que nunca nadie ha capturado un objeto “no cooperativo” en el espacio. El VESPA, que se mueve libremente girando sobre sí mismo, no tiene ni conductor ni motor. “Todos hemos visto en las películas a un astronauta intentando atrapar una herramienta, este hace un movimiento en falso y la herramienta cae al espacio como una pelota de golf. Bueno, con el VESPA, será exactamente lo mismo”, señala Luisa Innocenti. Así que ClearSpace-1 tendrá que abrir muy mucho sus cuatro brazos para asegurar una captura sin problemas.

Otra dificultad añadida es que el sol, que ciega las cámaras, puede hacer que la diana sea invisible. El “cazador”, por lo tanto, tendrá que avanzar paso a paso y reevaluar cada movimiento constantemente, con la ayuda de la inteligencia artificial. Y una vez que la captura tenga éxito (si es que la tiene), se enfrentará a un nuevo objeto, cuya dinámica tendrá que comprender antes de decidir dónde y cómo derribarlo.

¿Para qué tanto esfuerzo?

Como hemos dicho, al final ClearSpace-1 arderá con su presa en las capas más altas de la atmósfera. Entonces, ¿no es gastar mucho dinero para eliminar un solo desecho espacial?

“No”, responden al unísono la ESA y ClearSpace. Esta misión debería ser la primera de una larga serie, con la perspectiva a la larga de un “cazador” capaz de arrojar varios restos seguidos en el fuego de la reentrada atmosférica. Ya se habla de cinco o incluso de diez piezas eliminadas, una tras otra, en una sola misión.

Pero hay más: las tecnologías puestas en marcha por ClearSpace también podrían utilizarse para reabastecer de combustible o hacer reparaciones para prolongar la vida útil de ciertos satélites. A más largo plazo, también hay planes para ensamblar naves espaciales en órbita para viajes lejanos, que serían demasiado pesados para salir de la atracción de la Tierra en una sola pieza.

“Nuestro objetivo es ofrecer servicios en órbita de bajo coste y sostenibles”, resume Luc Piguet, director de ClearSpace, que no oculta el objetivo comercial de su empresa. El mercado potencial podría un día tener un valor “entre unos pocos cientos de millones y varios miles de millones de dólares al año”.

Responsabilidades poco claras

¿Quién lo paga? ¿Quién es el responsable de los desechos espaciales? Hay que admitir que a este respecto las cosas no están claras. Los Tratados Espaciales que las Naciones Unidas adoptaron en 2002 solo hablan de la responsabilidad de los Estados en caso de accidente y nada dicen sobre la presencia de actores privados.

¿Significa esto que la basura no corresponde a nadie?

No, exactamente. Hay que distinguir entre los restos antiguos y los nuevos (o futuros). En la actualidad existen normas muy precisas a las que se someten las agencias espaciales y los particulares, aunque no tengan fuerza de ley. Un lanzador de satélites, por ejemplo, debe prever su reingreso a la atmósfera trascurridos 25 años y dejar combustible suficiente para que pueda realizar la maniobra por sí mismo.

Y tanto mejor, porque como explica Luc Piguet, “cada vez se lanzan más satélites. Desde 2010, el número de objetos en órbita se ha multiplicado por 16”. Un fenómeno debido sobre todo a las constelaciones para internet vía satélite, como Starlink de SpaceX o OneWeb. Pero estos actores son “muy conscientes del problema y muy proactivos”, indica con satisfacción el jefe de ClearSpace.

El gran problema son los desechos viejos. Y en esto Luc Piguet es categórico: “¡Es ahora o nunca!”.

“En las Naciones Unidas se está debatiendo introducir un impuesto sobre los lanzamientos, que serviría para financiar un fondo para la limpieza del espacio, que sería gestionado por la ONU. Pero estas son discusiones entre diplomáticos. Es un poco como el calentamiento global, tenemos la impresión de que disponemos de todo el tiempo del mundo, así que avanzamos muy lentamente”, aclara Luisa Innocenti.

Fuente: Swissinfo.com

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El año pasado, cada residente suizo realizó una media de 2,6 viajes con pernoctación y 8 viajes de un día. Esto supuso un aumento global del 30% en comparación con 2021. El total anual (21,1 EY publicado el pasado mes de mayo constata que catorce de las 500 corporaciones mundiales que más invierten en investigación y desarrollo (I+D) son suizas. El país centroeuropeo, de 8,8 millones de habitantes, fue en 2022 el noveno con mayor representación en un ránking liderado por las empresas de Estados Unidos –con Amazon en lo más alto del podio–, aunque en volumen total invertido Suiza ocupa la quinta plaza. Con sólo cinco compañías en el top 500, España figura en decimosexta posición.

Las multinacionales farmacéuticas Roche y Novartis, con una inversión de 16.000 millones y 9.500 millones de euros, respectivamente y, a distancia, el fabricante de semiconductores ST Microelectronics (1.800 millones), el gigante de la alimentación Nestlé (1.700 millones) y el grupo de ingeniería eléctrica y automatización ABB (1.100 millones) fueron las empresas helvéticas que más recursos destinaron a I+D en 2022.

Dos de estas cinco compañías, Novartis y Nestlé, recibieron en la segunda quincena de octubre la visita de un grupo de 40 empresarios catalanes de la asociación FemCat y de altos cargos de las mayores universidades de Cataluña con el objetivo de conocer sobre el terreno las mejores prácticas de Suiza en materia de empresa, investigación e innovación.

El programa incluyó también visitas a compañías de menor tamaño, como la relojera Panerai –propiedad del grupo Richemont–, los fabricantes de maquinaria Bobst y Mikron y la tecnológica EM Microelectronic –integrada en Swatch Group–, además de la Escuela Politécnica Federal de Lausana (EPFL) y el área de carga del EuroAirport, el aeropuerto francosuizo situado junto a Basilea. En la sede de Nestlé en Vevey, a orillas del lago Lemán, Lluís Cantarell, que fue vicepresidente mundial y máximo ejecutivo del grupo en Europa, Oriente Medio y Norte de África hasta 2016, dejó claro que la apuesta de la compañía por la innovación está íntimamente ligada a su condición de empresa suiza y puso en valor la colaboración público- privada en materia de I+D que existe en el país. La innovación se cuece a fuego lento en la multinacional de la alimentación, que, por ejemplo, lleva cinco años trabajando en el proyecto de sustituir el aluminio por el papel en las cápsulas del café Nespresso. “Si en las pruebas de calidad no llegas al 60%, no lanzas el producto”, detalla Cantarell, que preside actualmente la farmacéutica Uriach.

El sistema helvético de I+D tiene en su cúspide a los grandes centros universitarios, con la EPFL y la Escuela Politécnica Federal (ETH) de Zúrich a la cabeza , y se estructura a partir de seis parques de innovación repartidos por todo el país que colaboran estrechamente con las empresas.

De la salud a la robótica

La política de innovación de Suiza, un país que no tiene industria de automoción, gira en torno a cinco grandes ejes: salud y ciencias de la vida, ciencia computacional, energía y medio ambiente, movilidad y transporte, y manufactura avanzada y robótica.

Uno de los empresarios que visitó el país, Josep Lagares, fundador y presidente de la firma gerundense de maquinaria para la industria cárnica Metalquimia, considera que una de las claves del éxito de Suiza en el campo de la innovación es contar con “una red neuronal muy bien trabada” que permite compartir los conocimientos y que facilita la transferencia tecnológica.

En la misma línea, Manel Xifra, presidente la compañía catalana de bienes de equipo, Comexi, destaca la importancia de la “labor de interfaz entre los centros de investigación y las empresas”; mientras que David Marín, presidente de FemCat y CEO de Inacces Geotècnica Vertical, pone de relieve el “trabajo común” entre las universidades helvéticas y los centros de I+D.

El carácter estratégico que otorga el país a la innovación empresarial puede explicar por qué Suiza ha podido minimizar el impacto de las sucesivas crisis que han amenazaban su economía, como ocurrió con la irrupción del cuarzo en la industria relojera a finales de los años 70 y principios de los 80 del siglo pasado y, más recientemente, con el fin del secreto bancario en el sistema financiero suizo, tras el acuerdo de intercambio de información tributaria firmado con la Unión Europea en 2015, que entró en vigor tres años después.

Este año, la caída de uno de los dos mayores bancos del país, Credit Suisse, rescatado posteriormente por el otro gran grupo financiero, UBS, ha sembrado dudas sobre la fortaleza del que era uno de los puntales de la economía helvética. La crisis de Credit Suisse, sin embargo, no parece quitarle el sueño a los responsables de las empresas suizas reunidas con FemCat y ni siquiera a directivos del propio sector bancario, más allá del recorte de plantilla derivado del proceso de integración con UBS.

Junto con el apoyo a las grandes multinacionales, Suiza tiene en su ADN la protección de las pymes, hasta el punto de que cada nueva ley o normativa en el país debe superar, antes de su aprobación, un test para evaluar su impacto en las pequeñas y medianas compañías.

El tejido empresarial se completa con las start up, que florecen arropadas por el sistema universitario y de innovación. Una de ellas, Aktia, con sede en Neuchâtel, fue fundada hace cinco años por el emprendedor catalán Josep Solà, que ha desarrollado una pulsera inteligente para medir de forma permanente la presión arterial. Solà dice que llegó a esta “tierra de acogida” en 2004 y está levantando ahora una ronda de financiación de 22 millones de euros.

Escuelas de aprendices

Entre las mejores prácticas del sistema educativo y empresarial suizo que suscitan envidia sana entre los empresarios de FemCat está la figura de las escuelas de aprendices, un fenómeno ligado al prestigio del que goza la formación profesional en el país como vía para obtener un empleo.

Las empresas cuentan con sus propias escuelas, que se convierten en una cantera para ampliar y renovar plantillas. No es extraño que un alto directivo de una compañía iniciara su trayectoria como aprendiz. Stéphane Mader, por ejemplo, entró con 16 años en la escuela de la empresa de bienes de equipo Bobst y ahora es el director de márketing y comunicación de la compañía. El modelo suizo de acceso al mercado laboral explica en gran medida que su índice de paro juvenil se sitúe por debajo del 7%.

Fuente: Expansión / Autor: José Orihuel

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