La economía helvética tiene gran carencia de mano de obra, lo cual lastra el crecimiento: la solución pasa por mejores salarios y condiciones y por más inmigración.
La economía, como la vida, está llena de paradojas. Lo demuestra la situación de Suiza. El paro es muy bajo, del 1,9%, lo cual supone un motivo de satisfacción y de envidia ajena, pero no todo son ventajas. Según reveló hace pocos días el Corriere del Ticino, las oficinas de empleo se ven obligadas a aligerar sus plantillas e incluso a despedir personal y a no renovar contratos por falta de trabajo. Está sucediendo en Tesino y en otros cantones como Soleura o Berna. En este último el paro se sitúa en el 1,4%, un mínimo histórico.
Como sucede en otros países occidentales, en Suiza hay muchas plazas vacantes y no suficientes candidatos para cubrirlas, sobre todo en sectores como el sanitario y la hostelería. Además, como consecuencia de la pandemia, el proceso de digitalización de la economía se ha acelerado y existe una demanda enorme de técnicos informáticos. El 22% de las pequeñas y medianas empresas admiten sufrir una carencia de mano de obra cualificada.
Algunos desequilibrios llaman la atención. Según los últimos datos oficiales, el desempleo en la Confederación Helvética está en el 7,2% entre los jóvenes menores de 24 años. Por el contrario, entre los mayores de 50 los desocupados se limitan a un ínfimo 0,8%.
La estabilidad y los altos salarios siempre han sido una característica de la pujante economía suiza. De ahí la fuerte inmigración y el fenómeno, creciente, de los trabajadores transfronterizos, aquellas personas que se desplazan a diario desde las áreas cercanas en los países vecinos. A finales de septiembre eran 374.000, más de la mitad franceses, algo menos del 25% italianos y el resto alemanes.
Suiza continúa encabezando el ranking de los países que atraen el talento, según el Global Talent Competitiveness Index del 2022. El país alpino está por delante de Singapur, Dinamarca y Estados Unidos, por este orden. No obstante, se divisan nubarrones en el horizonte. Un reciente estudio de la organización Travail Suisse ha revelado que, si bien los empleados suizos tienen cada vez menos miedo a perder su trabajo –en parte porque será muy fácil encontrar uno nuevo–, el estrés es una inquietud al alza. Hace seis años el 37,8% de los empleados mencionaban el estrés como su problema principal. Hoy son el 43%.
En cuanto al paro, los economistas –desde el mítico John Maynard Keynes en los años treinta del siglo pasado– siempre han advertido de una correlación diabólica entre desempleo muy bajo, inflación, pérdida de productividad y de competitividad. Es decir, que la excesiva bonanza lleva dentro un correctivo casi automático en sentido inverso. Por debajo de un determinado nivel de desempleo, el sistema puede hacerse ineficaz. Los expertos acuñaron en su día el término slack , un diferencial o desfase estructural que resulta dañino. ¿Cuál es, pues, el nivel más saludable de paro? No puede darse una cifra ideal porque las circunstancias influyen y cambian de país a país.
Para Andrea Bassanini, economista especializado en empleo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), con base en París, el problema específico de Suiza es que la tasa de empleo (el porcentaje de ocupados sobre la población en edad laboral) es menor ahora que antes incluso de la crisis de la covid. Eso, sumado a la tasa bajísima de paro, sugiere que un número significativo de personas, por motivos diversos, ha dejado voluntariamente de trabajar.
“Un histórico bajo nivel de paro en una situación en que la tasa de empleo no se dispara sino que baja es una señal de una gran dificultad para reclutar trabajadores y, por tanto, eso está limitando la capacidad de Suiza de crecer”, declaró Bassanini a La Vanguardia.
Como posibles incentivos para que se acepten empleos, el experto mencionó diversas medidas como facilitar más inmigración, promover subidas salariales –los sindicatos piden un salario mínimo mensual de 4.500 francos (casi 4.600 euros)– y una mejor calidad laboral en los sectores de salarios bajos como la hostelería.
El aparente paraíso suizo es, pues, imperfecto y mejorable.